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Reseñas62

 

 

 

La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso.
Santiago Roncagliolo

La cebolla
Antonio Moresco

Sexualmente
Nuria Roca

 

Retrato robot
El Guzmán de Roncagliolo no explica al Guzmán de la realidad


portada: La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero LuminosoLa cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso.
Santiago Roncagliolo
Debate, Barcelona, 2007

Aludiendo a cierto hecho histórico en su novela Abril rojo, el escritor peruano Santiago Roncagliolo cometía un desliz delator: confundía la ejecución del rey inca Túpac Amaru, ocurrida en el último cuarto del siglo dieciséis, durante la consolidación del sistema colonial español en América, con la de su descendiente José Gabriel Condorcanqui, quien asumió, dos siglos y medio más tarde y por razones tácticas, en medio de una revuelta antihispana, el nombre de Túpac Amaru II. Por ser Abril rojo una novela policial sin pretensiones mayores de descubrimiento histórico o reelaboración antropológica, las huellas del resbalón quedaban disimuladas en el fragor del enigma y la zozobra de enredos de la trama. Sin embargo, era una señal de alarma acerca de los límites dentro de los cuales se podía mover la obra de Roncagliolo sin tropezar o devenir errática.

Su libro siguiente, sin embargo, quiere internarse en las zonas más debatibles y complejas de la historia peruana reciente, lidiar con el fenómeno de la violencia política y la impronta en ella del fundador y líder absoluto del grupo que la hizo estallar con mayor crueldad, Abimael Guzmán y el Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso. El tema, como es obvio, no sólo es el más difícil de las ciencias sociales peruanas y el más polémico en la literatura reciente de ese país, sino que es asimismo el más trajinado, en el que más se ha hurgado, el que ha merecido los esfuerzos más sólidos de intelectuales de muchos terrenos diferentes: la sociología, la antropología, la historia, la semiología, la crítica literaria, la politología, el periodismo de investigación, etc. En el terreno de la narración, existen varias decenas de novelas y centenares de cuentos que se aproximan al asunto de la violencia política peruana (desde Vargas Llosa hasta Daniel Alarcón); y en el campo no ficcional la cuenta tampoco es breve. Algunos de los libros de crónicas más apasionantes de la última década (como el notable Muerte en el pentagonito, de Ricardo Uceda) lidian con ello.

Roncagliolo, el periodista —si abrigaba la intención de abrir un nicho donde pudiera decir algo no repetido antes, o entregar un aporte que alcanzara más allá de la divulgación de lo ya visto por otros—, debía pensar con originalidad. Decidió centrarse en la figura de Abimael Guzmán. La primera sorpresa de su bibliografía es, por ello, la ausencia de cualquier referencia al libro canónico sobre el líder maoísta: Shining Path, de Simon Strong. Cuando se revisa La cuarta espada, queda claro que Roncagliolo se habría beneficiado de la lectura del libro del norteamericano: el Guzmán de Strong está condicionado por sus ideas; sin dejar de ser un alucinado, es un político; sin transformarse en demonio, es un radical que sólo puede vivir radicalmente. El Guzmán de Roncagliolo es ante todo una intimidad rota, un producto traumático de la soledad, de la ira, del afán de revancha, y en él el componente ideológico es tan mecánico que resulta más una reacción instintiva y enceguecida que una construcción mental. Roncagliolo explica el nacimiento de Sendero Luminoso como parte de la sintomatología en la psiquis de un individuo enfermo, la radicalización del grupo como un estado febril y su caída como una crisis emocional o un drama de pasiones telenovelescas.

Como tanto periodismo centrado en las historias de los grandes protagonistas individuales, La cuarta espada comparte con el viejo romanticismo una inclinación ingenua a explicar la historia de las naciones como consecuencia de las vidas privadas de sus personajes cruciales. Como si la historia fuera la danza de los héroes y los antihéroes. La cuarta espada tiene el mérito de deshacer la impresión de que Guzmán no es más que un loco violento, o no menos que el demonio encarnado. Cabe notar, sin embargo, que el corpus de investigaciones sobre Sendero Luminoso y su cúpula directiva jamás se ha rendido a ninguna de esas dos tentaciones simplificadoras, que corresponden más bien a la imagen pública de Guzmán, a su figura según la ve el peruano de a pie. Pero en su afán de desbaratar esos prejuicios populares sobre Guzmán —ya como diablo, ya como pobre diablo—, La cuarta espada termina instituyendo un discurso superficial y poco productivo, uno en el que, por ejemplo, las complejidades de la afiliación senderista son caricaturizadas hasta lo inconcebible, allí queda la ya célebre comparación que establece Roncagliolo entre el espíritu de militancia senderista y “la fuerza” de Star Wars.

Como en todos los libros del autor, los mayores atractivos de éste son la facilidad de la prosa y el rítmico y rápido avance de la narración. Su mayor defecto es también repetido: el escritor prefiere flotar sobre la superficie de ese mar abismal que es el tema de la violencia peruana en lugar de bucear en él de vez en cuando; Roncagliolo conoce todos los trucos de la narración inmediata: puede caminar sobre las aguas, pero olvida que de ese modo no se descubren ni tesoros enterrados ni naufragios. Eso hace más notoria la flaqueza de la investigación y la incorrección de los datos. Roncagliolo yerra al contar la biografía del policía Benedicto Jiménez, captor de Guzmán, y también la de José Carlos Mariátegui, el marxista crucial de la historia latinoamericana.  En algún momento habla sobre la cultura Wari como enemiga de la Inca, a pesar de que los waris desaparecieron siglos antes del surgimiento de la cultura cusqueña. Y sí: nuevamente, como en Abril rojo, atribuye a Túpac Amaru II rasgos propios de Túpac Amaru, esto en relación con el mito del inkarri, que las ciencias sociales peruanas han estudiado desde mil puntos de vista distintos. 

Por supuesto, libros como La cuarta espada tienen una función definida: desembarazados en el fondo de la necesidad de descubrir o comprender, apelan a su capacidad de divulgar y dar a conocer. Pero la divulgación no puede darse el lujo de desconocer los hallazgos de quienes han conducido interpelaciones más agudas y fundadas, porque eso es precisamente lo que debe divulgar. Roncagliolo ha pasado por alto, sin embargo, los hitos más visibles de los estudios sobre Sendero Luminoso y la violencia política peruana: están ausentes de La cuarta espada los libros de Carlos Iván Degregori, Gonzalo Portocarrero, Deborah Poole, Gerardo Rénique, Carlos Tapia, David Scott Palmer y Steve J. Sterne, entre otros, para mencionar solo a aquellos cuyo trabajo en el campo es ineludible. Junto a esa ausencia lamentable, hay una presencia de interés para el lector: la figura del mismo narrador, puesto en escena como catalizador, como testigo, a veces lejano y a veces próximo, como escala cotidiana contra la cual contrastar el influjo de la violencia en las clases medias limeñas de la época. De hecho, en muchos aspectos, La cuarta espada es un libro sobre esa relación, la de un joven de cultura universitaria y crianza izquierdista con el medio convulso que lo rodeó, casi siempre a la distancia, durante su juventud. Quizá contra la voluntad de su autor, justamente en las áreas que la narración no controla, el libro nos confirma cuán lejanos estuvieron —están— ambos mundos. Gustavo Faverón Patriau.
Véase la entrevista a Santiago Roncagliolo en este número.

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portada La cebollaLa cebolla
Antonio Moresco
Melusina, Barcelona, 2007

Del latín cepulla, según el “ilustrísimo” diccionario de los señores de la RAE, la cebolla es una planta hortense, de la familia de las Liliáceas, con tallo de seis a ocho decímetros de altura, hueco, fusiforme e hinchado hacia la base, hojas fistulosas y cilíndricas, flores de color blanco verdoso en umbela redonda, y raíz fibrosa que nace de un bulbo esferoidal, blanco o rojizo, formado de capas tiernas y jugosas, de olor fuerte y sabor más o menos picante. Sin embargo, para Antonio Moresco, autor de culto lombardo y enfant terrible de las letras italianas, esta planta que da sabor a muchas de nuestras recetas es todo eso y mucho más. Símbolo de la fertilidad y de la vida, la cebolla para Moresco es la antítesis de la existencia lúgubre de su protagonista sin nombre, un traje de vigorosas capas que se deshoja a través de la cadencia de la autodestrucción de un yo que vive en el desencanto de una ciudad también sin nombre.
Dietario de la frialdad, la agonía y el hastío, diario pornográfico al detalle, La cebolla es la primera novela de Moresco traducida al español. Escritor heterodoxo, antes de dedicarse a la literatura militó en las filas de la extrema izquierda y participó activamente en la vida política de los años setenta. Sus publicaciones son tardías. El primer libro de cuentos, Clandestinità, aparece a sus 46 años.

La cebolla acontece en cuatro paredes asfixiantes, las de una habitación que exhala hedores de flujo sexual, un pequeño espacio pútrido y cerrado en el que una pareja se asfixia, permanentemente desnuda, practicando sexo a todas horas y convirtiendo esa práctica en una enfermiza monotonía. El protagonista es un individuo paranoico, ufano, que se pierde en las calles de una ciudad hostil y apocalíptica en la que reconoce rostros sin llegar a entablar conversaciones. La novela comienza con su retorno a la ciudad, en la que parece haber habitado tiempo atrás, de la que huyó en el pasado por alguna circunstancia que no acertamos a conocer. Personaje a la deriva, el yo literario de Moresco se refugia en una relación sexual turbia, doliente, malsana. La pareja se encierra en la habitación-nicho para escapar del derrotismo de la vida de una ciudad sin futuro, en plena decadencia existencial. La chica, servil y plúmbea, irá perdiendo interés en una relación sexual que la devora, literalmente, por dentro. Por otro lado, el chico, enfermo en su paranoia persecutoria y su adicción sexual, maltrata sistemáticamente su miembro viril para desencadenar en el tedio más absoluto, sinónimo del vacío existencial que le invade.

El contraste entre la vacuidad, la insoportable levedad del ser, de los yoes protagonistas de la novela con el detallismo de las descripciones –pornográficamente detallistas- que en ella se desgranan, es una de las señas de identidad de la escritura de Moresco. Un estilo expresionista, lleno de sombras y una estética del esperpento, de lo feo y lo macabro. El autor disecciona en cada escena los efluvios más bajos de la condición humana, rasca en sus carnes y despoja las capas –como una cebolla- de lo humano hasta llegar al más puro desencanto por vivir.
La lectura de la La cebolla te sumerge inexorablemente en una atmósfera malsana, obsesiva. Sin duda, el autor consigue hacer partícipe al lector de los tormentos de su personaje. Lo acompaña en toda la narración en su viaje hacia la locura. Como señala el traductor al español de la novela Piero Dal Bon en su interesante pero tal vez excesiva y barroca Tentativa final, el personaje masculino de La cebolla sucumbe irremediablemente a la viscosa corporalidad. Como el concepto asociado a David Cronembreg de la Nueva Carne, el protagonista de la novela de Moresco convierte la sexualidad corpórea, visceral y viscosa en una metáfora desencantada e irónica de la soledad y el desencuentro.

Lástima que el recorrido de la narración se nos antoje excesivamente repetitivo y autocomplaciente en su sagacidad. Un lenguaje directo, implacable y voraz que, sin duda, no dejará impasible al lector. Más aún, su recargado sentido de lo retorcido anima al lector a zambullirse en la obsesión del protagonista, a la vez que lo aleja inexorablemente de aquello que está leyendo.

Uno alcanza a oler los hedores que destilan las frases punzantes de Moresco. Unos olores que emanan de lo más profundo de las entrañas, letras escritas con vísceras, las mismas que dan sentido a la muerte de uno de los dos protagonistas más positivos de la novela, dos tortugas llamadas de forma brillantemente irónica Romeo y Julieta.  
Aldope

 

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No es Balzac


portada: Nuroa RocaSexualmente
Nuria Roca
Espasa Calpe, Madrid 2007

Yo desde que la vi en televisión soy un rendido admirador. Lo confieso desde ya, esta crítica no puede ser imparcial ni objetiva.  Es parcial y totalmente subjetiva, por la sencilla razón de que además de estar como un tren, la chica me cae bien, tiene esta cosa natural que te pone las pilas, se la ve como muy marchosa, y tiene cara de buena, de ser un pan, eso le da morbo. El caso es que ha escrito un libro sobre sexo y el morbo se ha multiplicado por mil, porque claro, ¿a quién se va a imaginar uno como protagonista del libro si está escrito en primera persona? Retrata bien a las chicas españolas de esa edad, las que ahora andan entre los treinta y cuarenta años, más desinhibidas, y más seguras en el campo de la sexualidad que la generación anterior. Este libro habla un poco de ellas, esta Nuria solo puede ser un personaje en la medida en que encarne a otras mujeres de su generación, que piensan igual, y que comparten unas ideas mucho más distendidas y menos pacatas sobre el sexo; el lado literario puede estar ahí. Pero lo que más se aprecia es tal vez que no es un libro militante, o reivindicativo, no es un libro que aspire a adoctrinar, por lo visto le ofrecieron un libro sobre sexualidad pero ella prefirió escribir uno de ficción, donde hubiera historias cuyo tema fuera el sexo pero por el mero hecho de entretener, nada más. No descartemos tampoco que haya un deseo de darse una nueva imagen, cuya meta es colarse hasta entre tus sábanas, invadiendo tu privacidad. No faltara quien quiera destruirla o la envidie, o no le guste lo que escribe, que dirá: “pero si seguro que no lo ha escrito ella, ha sido un negro, que eso está de moda”. Me ofrezco a preguntárselo en estricta entrevista literaria en un barcito que me han dicho tiene el mejor mojito de Barcelona. Anímate, Nuria, invita la casa. Y si lo escribió un negro lo escribió bien. Pero no, yo no creo, yo la veo a Nuria bien sentadita en su mesa escribiendo en la computadora, con las piernas cruzadas, tacones altos, una minifalda al cuete y un chupa chups entre sus labios carmín.

Y me la imagino escribiendo cosas como esta: “No era especialmente guapo pero era absolutamente irresistible. Cuando lo conocí en una cena con amigos comprendí una frase que mi amiga Esther me decía de algunos hombres y que hasta entonces no entendía del todo: “Hay hombres que tienen cara de saber muy bien comerse un coño.” Mi amiga siempre tiene reflexiones de enorme profundidad. El caso es que hablando con él durante los postres no se me iba de la cabeza la frase de Esther, con el consiguiente acaloramiento corporal.” Yo también tuve una amiga Esther que decía cosas parecidas. Y eso me gusta, porque en muchos aspectos del libro la autora puede recordarnos a los hombres esa amiga con la que hablábamos de sexo, que era única y especial, o a la ex con la que exploramos nuevos territorios, esas mujeres que formaron nuestra identidad, gustos, preferencias y simbolizaron nuestros deseos. El campo de los hombres parece tenerlo bien estudiado, eso nos encanta, ella es la fantasía ideal, encaja perfectamente, te hubiera gustado conocerla porque sabes que Nuria misma es Esther, la amiga consejera, su alter ego, el lado oscuro que fabrica sus avezadas fantasías. Y a esa lectura uno inevitablemente le pone la cara de la foto que hay en el libro, donde por cierto dice algo increíble, que Nuria Roca pasó por quirófano diecisiete veces para quedar como sale ahí. ¿Y yo que creí que todo era natural como la vida misma? El hecho es que sus historias lo son. A mí me hicieron reír. No es Balzac, pero qué aburrido es Balzac, ¿no? EEU.