V
Vislumbró el vuelo de mi vestido verde. Volvió la vista, vacilante.
-Viniste veladas las voces.
Vadeando la verbena y los violines, viramos hacia el viñedo. A la vera de la vía, sin
vestigio de vecinos, y aún en vilo, nos volcamos en la vorágine de un vals vehemente y
vicioso. Una vuelta y otra y una vuelta más. Su voracidad me venció y di mi venia.
Sin vestido, sin vergüenza, lo vi, viril y vigoroso, vaciar su vida en mi vientre. Un
vahído, un vaivén, un vendaval, un violento vuelo a las vísceras, a los vericuetos de
mi ventura.
La vastedad vespertina se veteó violácea. Vibrante me volví hacia él.
-¿Volverás?
-Con el viento.
Canasta de paja
La mama-Tata tenía una inmensa. Yo me metía dentro y ella me cargaba hasta donde Don
Lucho a comprar la verdura. Siempre he preferido el lado del mercado en que se venden los
objetos de paja. Una de las primeras cosas que hice al casarme fue buscar una canasta con
tiras de colores y asas fuertes, pero no la usé. A mis hijos los paseo en unos carritos
metálicos cuando compro la verdura; ellos no saben cómo se siente ir hamacada toda una
cuadra, creer que te tragó una ballena o que navegas en un bote. Pero sus caritas
resplandecen cuando los empujo haciendo curvas y corriendo. ¿Qué nostalgia estarán
urdiendo?
A salvo
A los cuatro años:
El pliegue de la falda de mamá en mi mano
A los ocho:
El crujir de las sábanas almidonadas despegándose
El pijama de franela recién planchado
Diez años:
El olor a lavanda-tabaco en las manos de papá
Catorce:
Tomando notas con la cabeza gacha
Los dieciocho:
El amor en el techo, junto a la bomba de agua
Veinticinco:
Detrás del humo de un cigarro
Pasados los treinta:
Asida al timón de mi VW ´92
Siempre:
Sopa de pollo en la cama
Con anteojos
Sin anteojos