Esther Zarraluki
Esther
Zarraluki (Barcelona, 1956) ha publicado Ahora, quizás, el juego (1982), Fin
de amor (1986), Cobalto (1996) y el cuaderno El extraño (2000).
Pertenece al consejo de redacción de la revista de poesía Barcelona, 080. Nos ha
cedido amablemente dos poemas inéditos que presentamos al final de una pequeña
selección de su obra anterior.
______________________
Una mujer arranca plantas
que dejó morir. Las miraba
secarse. Con sus sucios dedos
se ensaña en las raíces,
en la traición, en los tentáculos
de la hermosura.
(Cobalto)
Las pescaderas
remueven el hielo
hablan con el cliente y piensan
en sus cosas, algunas
con los pezones duros bajo
el milagro de sus puntillas
de noche aman sus carnes
tiran las cabezas al suelo
descaman la piel
con encías inocentes
asoman sus uñas rojas cuando
destripan al pez y
le cambian el nombre
el poema se les parece
(Cobalto)
Judit
I
Esta tarde pidió un baño
y sus mejores vestidos.
Crucé las cintas y recogí su olor
en mis manos nudosas.
Trencé su pelo, corrientes de agua
entre las venas. Bebí un poco
para apagar el miedo.
Cargué la comida y el vino
y salí tras ella. Columnas
de humo rodeaban la ciudad.
II
He visto muchas muertes,
y la miro a ella, a sus dedos,
más finos que las venas
que atraviesan.
Le sujeto como a los animales
en el corral, la víspera
de la fiesta,
y recuerdo el parto de Judit.
Cuánto ruido, cuánta materia,
cómo se alza
por encima del humo
y grita
su principio y su fin.
III
Sube la montaña ligera,
como si huyera de mí. No veo su cara.
Vi cómo se arrancaba las pulseras, se
frotó la boca con las manos y las cuentas
golpearon sus pechos. Huye, ligera,
sin más fardo que las imágenes de la sangre.
Ahora
su cuello pide olivos jóvenes, aceitunas entre
los dientes, leche en los pezones.
La sigo como puedo. La carga es pesada.
Recojo la muerte, envuelvo la cabeza de la muerte.
Ya no recuerdo
por qué.
(El extraño)
Paisaje
Cañas apoyadas contra el muro.
Y frágiles estructuras
por donde trepan los tallos.
Ausente el dueño,
corre el agua por el surco.
Pensar viendo el humo y los cañizos.
(El extraño)
Alimento
A la hora del desayuno siempre voy al mismo bar. La mujer es aún joven. Lleva
una melena corta que peina hacia atrás con el dorso de la mano ocupada.
A veces me quedo a comer. No se come bien. Los bocadillos tienen regusto a cebolla y hay
en todo un exceso de sal. El aire parece salir de la sartén y por la tarde, en cualquier
sitio, huelo el aceite en mi ropa. Pero sigo yendo.
La mujer tiene un hijo que va al instituto y que come allí cada día, con los codos
apoyados en la barra y las piernas abrazando el taburete. Coloca frente a él humeantes
platos que en nada se parecen a los que a mí me sirve. Humeantes y misteriosos platos que
el muchacho devora mientras la mujer, que no abandona sus tareas, le echa ojeadas gozosas
al pasar.
El otro día, cuando le sirvió el postre, tenía las manos rojas, rezumantes. Dejó el
plato ante su hijo y apoyó los codos frente a él, con las manos en el aire. El líquido
bajaba ya más allá de las muñecas, pero ella no se movía. Le miraba comer la granada
en azúcar con una sonrisa en los labios. El muchacho comía en silencio.
(inédito)
Las noticias, no creas, traen esperanza
Un hombre puede vivir con poco si aparta el trozo de fruta oscuro y olvida las
imágenes que alejan el sueño, si como un perro voltea sobre sí mismo y hace un nido
contra las luces. Si recoge las piernas hacia el pecho, mastica lentamente y no permite
que palabras se disfracen de serpientes o corzos.
A veces, un hombre que vive con poco ve el noticiario, imagina mujeres desveladas y piensa
que nada sería suficiente si una le mirara. Él, que aprendió a alimentarse y a no
malograr su sueño, se pondría de la vida sus pulseras, sus tatuajes, la muerte de los
árboles por corona.
A veces, en las noches frías de bombardeos y cobardía, un hombre que vive con poco se
dice poemas, porque pensó en la muerte y en mujeres velando e imaginó sus piernas y sus
estómagos tristes.
(inédito)
|