Entrevista a César Aira
Por Ernesto Escobar Ulloa
César Aira es posiblemente el escritor argentino más
importante de su generación. Autor de una treintena de novelas, además de cuentos,
ensayos y obras de teatro, y traductor de Jan Potocki o Saint-Exupéry, entre otros.
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Las
noches de Flores (Mondadori, 2004)
Véase la reseña |
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Su obra le ha merecido el reconocimiento del público
dentro y fuera de su país. La crítica le ha dedicado diversos adjetivos a lo largo de su
carrera: inteligente, original, descreído, chocante, divertido, imprevisible.
Lo cierto es que su estilo es inconfundible. Nunca le hubiera
preguntado a nadie qué es la novela excepto a este escritor que, a sus cincuenta y pico
años, descubre que se le multiplican los lectores tanto como las ediciones de sus libros.
CA: Nunca me ha preocupado mucho la cuestión de los géneros. Lo mío es la
narración, y trato de llegar a una extensión que permita hacer un libro, eso es todo. No
me gusta que haya más de una historia en un libro, no sé bien por qué. Mis historias se
han ido haciendo más breves con el tiempo; ya me cuesta pasar de las cien páginas, y me
da trabajo convencer a los editores de que hagan un libro con eso. Me resisto a las
recopilaciones que me proponen. No entiendo qué tiene de malo un libro de pocas páginas.
Como lector, son mis favoritos.
TBR: Cierto que tus libros son de pocas páginas pero en ellos se cuentan a veces
varias historias, El Bautismo, por ejemplo, las historias son como un pretexto para
reflexionar sobre infinidad de cosas.
CA: Yo no hablaría de pretexto, sino de un juego de transformaciones, que es lo
que hace la dimensión temporal del trabajo de la novela. Por breve que sea, una novela
lleva un tiempo para ser escrita, y las huellas visibles de ese lapso son esos cambios de
nivel entre lo escrito y su escritura. Me gusta dejar bien visibles esas huellas, y de
ahí debe de venir la mala fama que me he hecho de autor de "metaficciones" y
todo eso. Una huella principal del tiempo es el desvarío de las intenciones originales. El
Bautismo salió de una anécdota que me contó un cura, como hecho real: un colega
suyo se negó a bautizar a un recién nacido por encontrarlo demasiado poco humano. El
modo de hacer un libro con esa anécdota era olvidarla, para fecundar la historia con su
olvido. Y el cura mismo, en la segunda parte de la novela, la ha olvidado. Y ahora que
pienso en el olvido, me acuerdo de una cosa. Yo conocía al recién nacido protagonista de
la historia, era un compañero de estudios, al que después perdí de vista. Pues bien,
hace poco abrí el diario y lo vi: es obispo, y jerarca principalísimo del Opus Dei. Si
eso no es desviarse de las intenciones originales...
TBR: ¿Prefieres la literatura que se deja llevar por la improvisación que aquella
que lo tiene todo previsto, medido y estudiado?
CA: Quizás las dos opciones no son excluyentes. Yo siempre creí practicar la
improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero
siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese "fondo salvaje" del
pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares
comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han
formado. Así que trato de que la improvisación corra por vías trazadas por la
inteligencia.
TBR: ¿Esa "escritura automática"bretoniana te convierte también en un
escritor prolífico? Por la frecuencia con que se publican tus libros se diría que
escribes mucho.
CA: Ya se me ha vuelto un hábito aclarar que no escribo mucho sino poco, y
hasta poquísimo. Nunca paso de una página por día, negociada muy lentamente y con toda
clase de preparativos. Y no todos los días. Es cierto que publico dos novelas por año,
pero son novelitas de menos de cien páginas. Y es cierto que vengo haciéndolo así desde
hace treinta años. El surrealismo era algo muy vivo y estimulante en la Argentina de los
años sesenta, los años de mi formación, que sucedió entre poetas. Todos mis amigos y
maestros fueron poetas, incluidos de un modo u otro en la estela del surrealismo. De ellos
tomé el procedimiento y los gestos. Nunca fui de esos novelistas que se sientan a la
máquina de escribir y escriben en extenso. Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo
laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las
cajas de Joseph Cornell.
TBR: ¿Esto te lo permite más la novela que otros géneros?
CA:La palabra "novela" ha ampliado tanto su significación que es
ideal en términos de libertad. Ni se me ocurre escribir otra cosa. El cuento no me gusta
porque depende demasiado de la calidad; si no es bueno, no funciona. De la novela en
cambio pueden apreciarse otras cosas además del virtuosismo del autor; es un formato más
relajado, que permite cambios de idea, arrepentimientos, asimetrías, y unos recorridos
sinuosos que creo que se adaptan más a mi imaginación. La poesía nunca la he intentado,
porque no tengo el sentimiento de la materialidad de la lengua. Las piezas de teatro que
he escrito son experimentos de novelita dialogada. Y en cuanto a ensayos o artículos, me
he obligado a escribirlos para alivianar un poco a mis novelas de una carga reflexiva que
amenazaba con crecer. Me da trabajo escribirlos porque siento todo el tiempo a un
guardián de la verdad vigilando sobre mi hombro. Pero tienen la ventaja de que cuando
termino uno, con indescriptible alivio, disfruto más la vuelta a la novela.
TBR: ¿De qué manera plasmas en la novela tu visión de la realidad?
CA: Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que
hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia
debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás
(ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o
representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la
realidad, precisamente.
''Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo
laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las
cajas de Joseph Cornell"
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TBR: ¿Dónde entran el lector y los personajes?
CA: Me temo que ni el personaje ni el lector son prioridades para mí.
Me ocupo más bien del verosímil, de la visibilidad de las escenas, de la continuidad.
Por supuesto que el lector debe de estar presente en algún rincón de mi conciencia, pero
creo que cumple una función más bien instrumental, de "control de calidad". Y
respecto de los personajes, prefiero los estereotipos o marionetas, sin psicología ni
profundidad. El personaje es un mal necesario para la clase de novelista que soy.
TBR: Tienes atracción por personajes que no son
precisamente estereotipos, enanos, monjas, curas, ignorantes, travestidos, delincuentes de
poca monta.
CA: Me parece que estamos usando definiciones distintas de la palabra
"estereotipo". Para mí, no hay nada más estereotipado que un enano, una monja,
un travesti o un asesino serial. La literatura popular, la televisión, la imaginación
colectiva, se han encargado de tipificarlos hasta la caricatura, y ahí es donde los tomo
yo. Todos los mitos de la profundidad y la psicología se concentran en el hombre común,
cuyos misterios insondables me asustan y desalientan.
TBR: En la literatura latinoamericana no abundan tales estereotipos, quizás
pensaba yo en esos, en el personaje escritor, el revolucionario, el dictador, el cacique,
el indio, el señorito.
CA: Depende de la literatura latinoamericana que uno lea. No hay
revolucionarios ni caciques en los libros de Borges o de Felisberto Hernández o de Elena
Garro o de Adolfo Couve o de Machado de Assis. Reducir lo latinoamericano a Rulfo y Ciro
Alegría es difamatorio.
TBR: Ahora que dices esto, recuerdo que Ignacio Echevarría dijo algo así como
que el efecto del Realismo Mágico había sido tan invasivo, que de Rulfo se podían
reclamar deudores"desde Sergio Pitol hasta César Aira".
CA: Contextualizar está bien, pero hay que tener en cuenta que una
parte importante del trabajo del novelista es descontextualizar. Por lo pronto, se
descontextualiza a sí mismo; su educación casi no es otra cosa. Que uno sea
latinoamericano no significa que sus lecturas o influencias sean necesariamente
latinoamericanas.
TBR: ¿En todo caso qué te permiten los estereotipos?
CA: Llego más rápido al relato, y puedo hacerlo marchar más
rápido, sin el lastre de la causalidad psicológica. Puedo permitirme otras causalidades,
las de la fábula.
TBR: "Imaginativo, sorprendente, no llega a convencer,
tal vez por una excesiva pretenciosidad y cierto descuido formal barojiano, aunque no lo
haya leído, como cabe suponer." Comentario de Joaquín Marco sobre Las noches de
flores.
CA: Le doy la razón, y creo que se queda corto. Las reseñas
negativas siempre me parecen provenir de una lectura más inteligente y más atenta que
las positivas. De hecho, siempre que me elogian tengo la sospecha de que no han leído el
libro.
TBR: Qué piensas de que muchos escritores jóvenes te
consideren una de sus principales influencias.
CA: No creo que sean muchos. No creo que ningún escritor joven se
proponga escribir libros como los míos, y por cierto que no se lo deseo. En cambio, sí
me gustaría llegar a ser un buen ejemplo de vocación, de compromiso con la literatura, y
de empeño en la busca de libertad.
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