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enero - febrero 2001 num 22 |
JOSÉ
ÁNGEL VALENTE EN SU ÚLTIMA MORADA |
por Alfonso Alegre Heitzmann Publicado por Círculo de Lectores/Galaxia
Gutenberg, vio la luz a finales de noviembre pasado, el último libro de poemas de José
Ángel Valente. Se trata de una obra en la que el poeta trabajó durante los diez últimos
años de su vida, y que expresamente quiso que se publicara con carácter póstumo, con el
título Fragmentos de un libro futuro. El libro está compuesto por noventa y dos
poemas que se suceden sin división en secciones. Esa sucesión es, además, cronológica.
En el original de cada uno de ellos, el autor indicó su fecha de creación. El primero
está fechado en enero de 1991; el último, el 25 de mayo de 2000, dos meses escasos antes
de la muerte del poeta. Con excelente criterio, la edición reproduce en el índice del
libro las fechas de esa sucesión, quedando así patente el carácter diarístico que el
libro tenía para su autor. Fragmentos fue, pues, para Valente, un diario
voluntariamente abierto hasta el último instante de su vida; una bellísima elegía que
es ahora, para nosotros, un diario poético póstumo. Desde que en 1992 se editara No amanece el cantor, no había
aparecido ningún nuevo libro de José Ángel Valente. En 1996 se publicó en Lanzarote un
opúsculo titulado Nadie, compuesto por quince poemas. Sin embargo, la intención
del poeta era que Nadie formara parte de un conjunto más amplio, que es el que
ahora se publica. Para Valente la palabra poética era una palabra abierta por la que
descender a las infinitas capas de la memoria. De los tres ciclos que reconocía en su
escritura, el primero, Punto cero, incluye su poesía escrita entre 1953 y 1976,
y significa para el autor un descenso a la memoria personal y a la memoria colectiva; el
segundo ciclo, Material memoria, que recoge el resto de su poesía hasta 1992,
es, en cambio, un descenso a la memoria de la materia, a la memoria del mundo. Fragmentos
de un libro futuro no es únicamente, por tanto, el último libro de José Ángel
Valente, sino que constituía por sí solo, para el autor, el tercer ciclo de su poesía.
Se cierra, pues, y se culmina, con este libro, una de las trayectorias poéticas más
hondas y personales de la poesía en lengua castellana del siglo que ahora termina.
RADICALIDAD INSOBORNABLE En muchas ocasiones declaró Valente no
sentirse adscrito a ninguna generación o grupo literario. En su trayectoria poética, muy
pronto rompió con las estructuras de grupo para iniciar así lo que él llamó la carrera
del corredor de fondo. Esa carrera jamás transigió con modas o tendencias, y no
dudó nunca en "nadar contra corriente", asumiendo todas las consecuencias que
eso conlleva, incluida la incomprensión de una crítica, la de nuestro país, inmersa en
general en la banalidad de la moda poética imperante más reciente. Frente a esa crítica
y contra esas modas, Valente no temió alzar la voz, convirtiéndose, en el panorama a
menudo autocomplaciente de nuestra cultura, en una figura tan incómoda como insobornable
en su radicalidad. Una radicalidad cuya exigencia nunca fue otra que la que el propio
poeta se impuso siempre a sí mismo en su relación con la palabra poética, y cuyo rigor
viene avalado, además, por una extraordinaria obra ensayística, con títulos tan
importantes como Las palabras de la tribu (1971), La piedra y el centro
( 1982), o Variaciones sobre el pájaro y la red (1991). Como recientemente
escribió Juan Goytisolo, «ningún poeta español de la posguerra llegó más lejos en su
exploración de los límites del lenguaje». Nada hay de gratuito en esa aventura extrema
que le llevó al poeta a declarar pocos meses antes de su muerte: «La poesía comienza
donde el decir es imposible. Si no trabajas con esa imposibilidad no eres poeta». DESCENSO A LA
MEMORIA DEL VACÍO Fragmentos de un libro futuro se
abre con dos citas especialmente significativas, casi dos coordenadas a partir de las
cuales el poeta nos sitúa ante su obra. La primera, del trovador Arnaut Daniel, es una
declaración de la radical independencia que Valente defendió siempre: «Yo soy Arnaut
que amontona el viento/ y caza la liebre con el buey/ y nada contra corriente»; la
segunda nos introduce en el espacio mismo de la palabra poética y en la tradición en la
que ésta se inscribe. Es el primer verso del libro Dios deseado y deseante de
Juan Ramón Jiménez: «Dios del venir, te siento entre mis manos». La certidumbre de que
no es escritor el que cree dominar el lenguaje, sino el que deja que el lenguaje hable en
él, está en el origen de la modernidad, y la sintieron ya algunos de los grandes poetas
románticos. En la obra última de Jiménez, así mismo, la palabra poética no es sólo
la palabra del poeta, sino la palabra del mundo que viene a su encuentro. «El poeta
-escribió Juan Ramón- debe ser el sostén y el vehículo de su poesía; suya porque
viene por medio de él, pero no porque él sea su autor.» En la huella de esa alta
tradición en la que su obra se inscribe, Valente ha afirmado: «Se escribe por pasividad,
por escucha, por atención extrema de todos los sentidos a lo que las palabras acaso van a
decir». Aunque para Valente el tercer ciclo de su poesía se contiene en su
totalidad en Fragmentos, el punto de inflexión que le lleva al umbral último de
su obra está ya en No amanece el cantor. Los poemas de la segunda parte de aquel
libro, "Paisaje con pájaros amarillos", escritos a raíz de la trágica muerte
de su hijo, eran una desolada e imposible asunción de la ausencia. Los poemas de Fragmentos
habitan también el espacio que esa herida abrió en el corazón del poeta, y son un
último descenso a través de la palabra poética: un descenso a la memoria del vacío.
«Nada tiene más fuego que la ausencia», escribirá ahora. El poeta vive en esa desolada
carencia: «Yo araño las heladas paredes de tu ausencia [...] Ceniza tú. Yo sangre. Leve
hoja tu voz. Pétreo este canto. Tú ya no eres ni siquiera tú. Yo, tu vacío». Todo el
libro es una estremecedora elegía llena de una nostalgia infinita por la vida, cuando el
poeta ve pasar la sombra que le lleva hacia la noche, y en la que la poesía le revela el
camino hacia la nada: «Y todos los poemas que he escrito [...] Me conducen por lentos
corredores/ de lenta sombra hacia qué reino oscuro [...] me dan la clave del enigma/ en
la pregunta misma sin respuesta/ que hace nacer la luz de mis pupilas ciegas». En algunos
poemas la desolación es absoluta, sin consuelo posible; en cambio, en otros, tras esa
extrema desesperanza, en el desierto último de la proximidad, el lenguaje parece quedar
en suspensión, detenido o deslumbrado por lo que en él se manifiesta. La luz encarna en
la palabra su presencia viva. «Incorpóreo, cela en la nuca el ángel toda su
luminosidad». Lugar el poema, el libro entonces, sin antes ni después. Última, efímera
morada, círculo que el poeta dibuja sobre la arena y donde todo se detiene. Isla o centro
donde salir de la sucesión temporal y entrar, descender, en el vacío, en el verdadero
ser del tiempo, en su presencia: «Tu súbita presencia./ Toda tu luz irrumpe duradera,
dura/ como la piedra./ Vienes/ tan inmóvil, tan adentro de ti./ Lo hondo./ En tu sola
existencia,/ tu sola luz, estás/ ardiendo para siempre». ***** El amarillo, el verde, el encendido ***
*** Este tiempo vacío, blanco, extenso, su lenta progresión hacia
la sombra. |
© 2000 Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955.), poeta y
crítico de arte y literatura, ha traducido a Charles Tomlinson, Màrius Torres, Joan
Brossa y Albert Ràfols-Casamada. Como poeta ha publicado La luz con el tiempo dentro
(Tenerife, 1993) y Sombra y materia (Barcelona, 1995). Este artículo salvo
una ligera variación impuesta por la cronología se publicó en La Vanguardia de Barcelona el 11 de noviembre 2000. © de los poemas: Herederos de José Ángel Valente. Esta texto no puede reproducirse, archivarse ni distribuirse sin el permiso expreso del autor. Rogamos lean las condiciones de uso. |