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La
proyección de diapositivas![]() por Matt Marinovich Traducción del
inglés por
Éste es mi hermano. No me preguntéis de dónde ha sacado la furgoneta de repartir la leche ni esa gorra torcida. Yo acababa de bajarme del avión. Acababa de llegar y me encontré con todo el tinglado. Si no fuese porque he dejado el alcohol, creo que hasta me habría alegrado y todo. * * * Ésta es la autopista que tomamos para volver del aeropuerto. Luces
eléctricas borrosas. * * * Una pandilla de chicos blancos en el aparcamiento que hay fuera del bloque de mi hermano. No hacen nada en todo el día, sólo vagar por ahí con sus camisetas de baloncesto y comportarse y hablar como una banda de negros. Alguien había lanzado una botella al aire, pero aquí todavía no se ve cómo cae al suelo. * * * Ésta es muy fácil de interpretar: mi hermano, su mujer, Deb, y yo comiendo comida china en el restaurante más grande del mundo. Había siete salones distintos para cada uno de los continentes y todas las camareras tenían que vestirse según el lugar donde estaban. En África no comía ni Dios. México estaba abarrotado de críos. * * * El mueble-bar de mi hermano, cerrado a cal y canto. En su interior, todas las palabras dichas por las que no me perdonará en la vida. * * * Mi hermano durmiendo con la boca abierta, estirado en el sofá. «Ahora que siempre estoy sobrio -- le dije --, me gusta quedarme toda la noche despierto hablando.» Fijaos en que el cenicero está hasta los topes de cigarrillos, mis cigarrillos. Aun después de que se quedara dormido, seguí hablando. De Patty, básicamente. * * * El patio. Un pegote de zona verde que trajeron hasta aquí en camiones. El resto era polvo y suciedad y paradas de autobús y ventanillas negras con grandes pósters y letras rojas que decían: «¡Defensa personal! ¡Empiece ya!» Nunca había visto tantas clases de defensa personal en mi vida. Toda la gente con la que me cruzaba por la calle parecía experta en artes marciales. Hasta las personas mayores. Cuando le pregunté a una viejecita dónde quedaba una calle, me rodeó haciendo un semicírculo y flexionó una rodilla. * * * Eso se supone que es un halcón. Es el puntito negro que se ve
sobre el tejado. Todos los días, una mujer con pinta demacrada y vestida con un chándal
blanco salía a pasear a su gato y el animal se agarraba con todas sus fuerza al pavimento
por miedo del halcón. * * * Un arco iris de camino a Big Sur. Paramos el coche en el arcén y
Deb me hizo sacar la foto. * * * Aquí estamos en un área de descanso. Ése es el Volkswagen de un
tío que se había dedicado a pegarle miles de muñequitos de juguete a su coche con
pegamento. Soldaditos de plomo, dinosaurios de plástico, elefantes en miniatura... Nos
quedamos allí de pie, mirando el coche y diciendo cuáles eran nuestros favoritos. Más
que cualquier otra cosa, parecían la clase de trastos que te regalan en las cajas de
cereales. Yo estaba señalando un Chewbacca de la capota cuando el tío salió del
bosquecillo, limpiándose la porquería incrustada en los pantalones. Llevaba el pelo
greñudo y grasiento, lleno de canas, y aparentaba unos setenta años. Pasó junto a
nosotros sin decir una sola palabra. Dio un portazo y empezó a tocar el claxon hasta que
entendí el mensaje. El sonido era muy débil, como si hubiese ido de costa a costa con el
coche. Lo vimos salir del aparcamiento, y volvió a hacer sonar el claxon cuando una
familia que llevaba una cesta de picnic se tropezó con él. * * * Aquí es. Para llegar hasta este sitio tuvimos que conducir casi seiscientos kilómetros. Lo que se ve en el saliente es mi pie derecho. No te puedes acercar más. Hay una placa conmemorativa en el lugar donde una pareja de recién casados desaparecieron para siempre barridos por una simple ráfaga de aire. * * * Ésta está al revés. Ése es mi hermano y su mujer, de pie junto al saliente. Ponen la misma cara cuando creen que están en algún lugar importante. Parece como si estuvieran tratando de entender a alguien hablando en una lengua extranjera. * * * He aquí un oso pardo agachado en mitad de un río. De vez en
cuando daba un zarpazo en el agua. Mi hermano se pasaba todo el rato susurrándome al
oído y diciéndome: , pero yo no estaba tan seguro. Veía el fondo del río, lo
veía todo y no vi pasar nada más que unas pequeñas ramitas y unas cuantas hojas
muertas. —Me alegro de que estés aquí —me
dijo. * * * Éste es el principio de un bosque arrasado por el fuego. Podías
pasear por él durante kilómetros y kilómetros, pero sólo recorrimos unos cuantos
metros porque la mujer de mi hermano se deprimía mucho al ver aquel paisaje. * * * Ésta la hice para acabar el carrete. Una foto desde el avión. Las típicas montañas marrones. El plexiglás está un poco sucio, así que no se ve del todo bien. * * * Ésta está desordenada, se supone que tenía que aparecer justo
antes de la anterior. Es un negro gordo que había en el aeropuerto y que le vendía a la
gente textos de inspiración poética escritos en tarjetas plastificadas. Le dio a todos
los de mi fila una tarjeta y luego volvió para recogerlas. Un ejecutivo corto de vista se
puso la tarjeta a dos centímetros de sus gafas. «¡Ajá
», dijo . «¡Ajá
» Y empezaron a salirle los colores de manera alarmante, pero cuando el negro
volvió se la devolvió inmediatamente y no dijo una sola palabra. Ni siquiera lo miró.
El mío era un poemita corto sobre la fe y la responsabilidad. Había dos angelitos
tocando sendas guitarras eléctricas de pie encima de una tarta nupcial hecha de nubes. Le
di cinco dólares por el poema y me lo guardé en el bolsillo. * * * Mi hermano diciéndome adiós desde una distancia prudente. La luz que choca contra los grandes ventanales inclinados es demasiado intensa, de modo que no podéis verle la cara. FIN |
© 1999 Matt Marinovich Traducción
del inglés por Ana Alcaina |
biografías Matt Marinovich vive en Boston, Massachusetts. Ha publicado relatos en revistas como la Mississippi Review, Mudfish, Quarterly West, 5_Trope, entre otras. Gardini |
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