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Ésta está
desordenada, se supone que tenía que aparecer justo antes de la anterior. Es un negro
gordo que había en el aeropuerto y que le vendía a la gente textos de inspiración
poética escritos en tarjetas plastificadas. Le dio a todos los de mi fila una tarjeta y
luego volvió para recogerlas. Un ejecutivo corto de vista se puso la tarjeta a dos
centímetros de sus gafas. «¡Ajá », dijo . «¡Ajá » Y empezaron
a salirle los colores de manera alarmante, pero cuando el negro volvió se la devolvió
inmediatamente y no dijo una sola palabra. Ni siquiera lo miró. El mío era un poemita
corto sobre la fe y la responsabilidad. Había dos angelitos tocando sendas guitarras
eléctricas de pie encima de una tarta nupcial hecha de nubes. Le di cinco dólares por el
poema y me lo guardé en el bolsillo. ¿Los escribe usted? le pregunté. Sí señor me contestó mientras deslizaba una goma elástica sobre un fajo de billetes sucios de un dólar. Sin embargo, cuando se alejaba le oí mascullar entre dientes algo sobre lo tirados que estaban, sobre lo gilipollas que éramos todos y sobre el tamaño del alfiler que le gustaría clavarnos en los ojos. |
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